No tengo el mas mínimo temor hacia un posible fin del mundo, ese fin que ha sido tan publicitado y al mismo tiempo tan temido desde tiempos infantiles de la raza humana.
No tengo miedo a rocas incandescentes cayendo de lo mas alto de ese cielo que tantas noches hemos observado cuidadosamente en búsqueda de la respuesta a la gran interrogante ¿se esta moviendo esa estrella?
Siendo totalmente franco y transparente para con ustedes mis estimados lectores, no tengo miedo. Luego entonces, pueden lanzar el cuestionamiento del porque de esta actitud, quizás sea solo un problema cerebral provocado por un bicho entrometido que se ha abierto paso por entre mis neuronas o quizás sea el efecto de una desregulacion a nivel químico la que me impida dar la connotación correcta a este momento tan ecatombico -valga la expresión-.
La verdad es que no creo que sea nada de lo anteriormente descrito, es mas, creo que la verdadera razón tiene un trasfondo un tanto mas esotérico si asi quieren verlo.
Hoy les voy a develar mi secreto.
Realmente esta no va a ser la primera ocasión en que yo muera. Así es.
Hoy les voy a develar mi secreto.
Permitanme remontarme hacia tiempos perecederos, tiempos en los cuales yo solía usar una canica gorda con la cual era el verdugo de los amigos de la cuadra, esa canica era realmente portentosa.
Mi canica como era de esperarse era admirada y por supuesto deseada por los demás, sin embargo era solo mía, pertenecía a mis manos las cuales la acariciaban por cuestión de minutos y minutos, mis ojos se perdían en su cristalina redondez y se regocijaban al tacto. Amaba a esa canica, ciertamente ambos conformabamos un ente invencible, incapaz de sufrir afrenta alguna de parte de mis coterraneos.
Cierto día ocurrió algo que cuenta la leyenda mi mente ha bien tenido a guardar en algún recóndito lugar de mi memoria, como consecuencia de ese suceso yo perdí mi canica y cobijada con dicho desprendimiento igualmente perdí mi suerte quien emprendió su viaje hacia donde se oculta el sol.
Esa noche la tragedia me tendió la mano y pude sentir como me abrasaba con todo ese frió sordo, este era un frió que salia de mi estomago para acto seguido tomar ruta hacia mi corazón, el cual por supuesto se rompió en cientos de pequeños pedazos, no tuve tiempo para reaccionar y mis ojos solo contemplaban como esa lluvia de colores se regaba por todo el piso mientras permanecía estático en mi cama.
Morí.
La primera de muchas muertes que he tenido a lo largo de mi vida.
tras ese acontecimiento mis muertes han sido tan variadas que he de confesar que tengo un catalogo repleto de decesos, si les contara! los hay de todos colores y sabores, bueno, con decirles que he muerto bajo la lluvia, en un auto, viendo la televisión, escuchando el radio, caminando por la calle mientras veo un aparador y también al teléfono,vaya recorrido el que he tenido, bueno, que no me he cansado de morir!
Viene a mi mente y por consecuencia a mis dedos el deseo de escribir acerca de un transito hacia otra dimensión que recuerdo con sumo cariño, y me refiero a aquella en la cual mi madre soltó mi mano para después perderse entre la multitud hasta desaparecer junto al bullicio. Ahí estaba yo, parado sosteniendo mi portafolios a media explanada sin saber a donde ir, que hacer y mucho menos que decir. Muerte complicada, pero necesaria a la vista de los años.
Culmino este breve testimonial encumbrandome en una frase que ha marcado mis pasos con fuego a lo largo de lo que ha sido mi historia en el jardín de la humanidad, misma que el próximo viernes apagará las velas de su ultimo pastel según exclaman los temerosos.
¡la muerte se esta fumando mis cigarros!con la pertinente aclaración que a diferencia del buen Bukowski yo no fumo. Nos vemos en el mas allá.