Las teclas parecen llevar el mismo ritmo que las guitarras que suenan en la lejanía. Los arpegios acompasados, delicados, te toman de la mano para invitarte a este dulce vals.
Las luces del salon chispean y se derraman sobre ti, el resplandor de tus ojos se funde en un solo momento, el suspiro de la despedida nunca fue mas profundo, pareciera no tener final.
Apenas alcanzas a tocar el vidrio del ventanal y dejar tu huella, la lluvia es implacable y el trueno retumba iluminando cada rincon del viejo callejon, el anciano apenas alcanza a resgurdarse bajo el techo del tendajon, adentro se percibe el aroma chocolate caliente, intenso, un carrusel de memorias, cierras los ojos y te pierdes en el ir y venir de las gotas que sigue cayendo sin cesar.
Recuerdo claramente tus ojos, los mismos que fijamente miraban aquellas luces mientras girabamos lentamente. La despedida inminente, sedienta, aun puedo sentirla.
Los labios inchados, la vista enclavada, las manos extendidas, el pulso imperceptible, el aliente que quema en las entrañas.
la lluvia poco a poco se desvanece en un silencio sepulcral, los autos iluminan el horizonte con luces palidas, apenas pueden mantenerse en pie.
Las teclas ya no son teclas, los arpegios ya no son arpegios y el vals ya no es el ir y venir.
Cierro mis parpados y abro mis ojos.